Dedicado a: María Esneyder, Daniel Alfredo y a mí Madre

viernes, 30 de septiembre de 2011

Cuento 8 cuentos

Gracias a las personas que visitan el blog, estoy trabajando intensamente para actualizarlo. como ya han leído, esta serie titulada CUENTOS QUE CUENTO, consta de 22 cuentos cortos. Aquí  publicó el cuento N° 8 de 22. Gracias por los comentarios y en especial a mi amiga y compañera de labores Astrid, y como una muestra de mi gratitud por su fidelidad, a partir de hoy he agregado una nueva página a éste Blog con la presentación de mi obra pictórica y gráfica de los últimos años.
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Marzo 04 de 2011
VIII.


Ella se levanta pesadamente de la silla de madera. El sudor abriga sus senos. Camina ligera envuelta en su vestido estampado de flores hacia la puerta que da a la calle. El aire caliente agita aún más su respiración, mientras el sonido del metal oxidado de la puerta se abre; sus ojos -azul mar-, dirigen la mirada hacia el final de la calle que se pierde en la profundidad de la noche, en la soledad una lámpara escondida tras un árbol de eucalipto, ilumina tímidamente -con luz desteñida- un rincón del camino. Su corazón palpita emociones contradictorias que navegan sobre el alcohol que desocupo de las garrafas de vino horas antes. Su piel se estremece al recordar la mano, que bajo su vestido la recorrió de pies a cabeza. La humedad de sus piernas se confunde en sorbos de vino, besos, caricias y el excite de cuerpos diluidos en la pasión. Una corriente de viento caliente cruza por un lado de su rostro, llevándose consigo, los recuerdos y los sentimientos que se olvidan, que se esfuman; quedando como las botellas de vino, desocupadas y tiradas en un rincón de la casa.
Por: Jesús Rodríguez  


Ilustración con bolígrafo, septiembre 2011 / Jesús


sábado, 24 de septiembre de 2011

Cuentos que cuento (7)

Otro cuento, el número 7 de una pequeña serie de 22 cuentos cortos, escritos en el año 2011, espero lo lean y comenten.


VII.

El gato colgado de la cortina, salta; flexible, aferra juguetón sus garras a la tela roída y empolvada por los años, gastada por el sol de la tarde; se trepa en lo más alto para volver a bajar y volver a ascender. Luego, se tira sobre el sofá para rasgar el paño y estirar sus músculos felinos, dejando como testimonio su pelillo. Se aleja cojeando de la sala, maullando, al final del pasillo desaparece.

Por Jesús Rodríguez


miércoles, 21 de septiembre de 2011

Va otro cuento que cuento (6)

Continuando con la publicación de los cuentos que escribí a comienzo de éste año, dejó a consideración de los lectores y lectoras el cuento que a continuación pueden leer y comentar.

Febrero 25 de 2011
VI.

Una sonrisa de mona lisa ilumina su rostro. Mira al su alrededor mientras su mano se apoya sobre la barandilla de la escalera que lleva al segundo piso. El ruido del agua que corre sobre las piedras llega hasta sus oídos. La brisa proveniente del este roza su piel, estremeciendo sus sentidos; mientras asciende por la escalera que se eleva hacia el cielo. El paisaje verde la absorbe, sus ojos se embriagan de paz interior; la tranquilidad la acompaña, siente que una vida llevada con honestidad ha valido la pena. Su esposo tiende su mano para darle apoyo, mientras la espera al final de la escalera, su cabello iluminado de luz, del blanco de la experiencia, le brinda seguridad a ella, quien paso a paso, escalón por escalón, llega hasta el segundo piso; mientras su mano se confunde piel con piel, en la mano de su compañero. Sus corazones enamorados palpitan al ritmo de la brisa, al ritmo del minuto que aún no ha terminado. Sus labios se posan sobre la piel de su mejilla para darle la bienvenida a su amada esposa; y así vivir por siempre juntos, como lo escribieron en la hoja final del cuaderno de matemáticas cuando apenas se estaban conociendo en el principio de sus tiempos, hoy cubierto en la sombra de los sueños y en la humedad de la tierra. Se miran con la contemplación de la primera vez y este es su primer día, por siempre.  

Por Jesús Rodríguez


Ilustración con bolígrafo, Paloma. 2011, Jesús

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Otro cuento que cuento (5)



Febrero 22 de 2011

V.
La música suena a lo lejos con sus melancólicos acordes, una voz sin esperanza invita a morir sin intentar vivir; las notas invaden el espacio vacío de emociones de la habitación. La penumbra del cuarto en su muda ausencia envuelve el cuerpo del hombre sobre un rincón de la alfombra, restos de vomito lo acompañan de cerca como testigo de la borrachera. En el otro extremo cerca de la ventana, donde cuelga una vieja cortina roída por los años, en posición fetal y semidesnuda yace el cuerpo de la mujer que no despierta de su profundo sueño sin regreso; a su lado una botella de licor sin corcho y hacia la puerta que da al pasillo de la habitación, un hombre de pie; él mira la escena, dando tumbos con pasos cortos para no hacer ruido. El piso rechina. Se detiene y se sienta en el viejo sofá; sobre una pequeña mesa de madera -que deja asomar que es propiedad de los gorgojos-, un cenicero de vidrio sostiene una colilla de cigarrillo que arde dejando escapar un hilillo de humo mortífero. Sus ojos rojo sangre por la resaca, se nublan con los recuerdos del día anterior, sus manos y columna vertebral tiemblan; su mente no para de traer imágenes, luces, olores, sudores y se detiene en el momento en que conoció a la pareja. Se encontraba en la discoteca “Royal” la más prestigiosa de la ciudad y ubicada en el sector de la rumba, como se conoce aquel tramo por la proliferación de bares y discotecas. La empatía fue inmediata, recuerda, los ojos azules de la mujer y su cabello dorado como espigas de trigo al sol, lo atraparon; junto con la pareja bebió hasta agotar la tolerancia del cuerpo al alcohol, sin antes dejar desbordar el movimiento de los cuerpos sobre la pista de baile. Cogidos de la mano se alejaron con la chica por un estrecho pasillo oscuro, húmedo, sin retorno. El corazón del hombre palpita, sentado en el sofá; mientras los recuerdos vuelven agitados de sudor, saliva, de lenguas que se buscaron sin encontrarse, caderas y pieles que se rozaron con frenesí. Las imágenes se alejan, se confunden en olvido, dejando una sensación de nada, sus ojos se cierran para entrar en un profundo sueño, mientras escucha en el aire la música que viene sin esperanza, melancólica, triste, “me duele tanto el llanto… me duele el corazón... sobre mi cadáver… si tu mueres primero, yo te prometo que escribiré la historia de nuestro amor…

Por Jesús Rodríguez

Ventana, La Candelaria Bogotá; Foto: Jesús

lunes, 12 de septiembre de 2011

Cuentos que cuento (4)

Deseo compartir un cuento más, de la serie de 22 cuentos, escritos a comienzo del año 2011, es en su orden el número cuatro; espero que lo disfruten y lo comenten.


Febrero 21 de 2011
IV.


Tomó el café. Asoma en la distancia su imagen borrosa, han sido muchos años desde la última conversación en el bar del centro de la ciudad con sus calles oscuras y peligrosas. La locura de los años mozos nos abrumaba por aquellos días, escondidos en habitaciones de hotel, envueltos en el sudor de otros amantes. El licor, la música, la pintura y la poesía de nuestros cuerpos desnudos tenían la prioridad, no encontrábamos excusa para disfrutar de cada momento explosivo de la piel; pero, fue sólo eso, un momento de vida. Escucho una voz, que atraviesa el vidrio de la ventana. La luz matutina que se refleja desde las casas del otro lado de la calle, iluminan el cuarto cargado del silencioso asesino, -humo de cigarrillo barato- y recuerdos confusos que produce el consumo sin control de alcohol. Sobre la mesa de noche, como testigo de lo sucedido, la botella de aguardiente aún sin terminar, transparente, agresivo e inofensivo; espera como escultura a que la ubique en otro lugar, la sombra que proyecta sobre la pared, es como la oscuridad de olvido de lo ocurrido anoche. Me asomo a la ventana con temor de ver lo que no quiero ver; mi columna vertebral y mis manos tiemblan; pasan los motociclistas y los automóviles siguiendo su camino y yo aquí impávido, momificado por la incapacidad de vivir, de respirar, de ver hacia delante, de proyectar los valores positivos que deja cada instante de vida; el olor de la guayaba se desprende de la nevera, el sudor de mi cuerpo, que se esfuerza por superar sus debilidades me ahoga. Escucho a lo lejos el ruido del motor de avión que se aleja retumbando en mi cabeza y desparece en segundos en la distancia, se aleja en las nubes. Y yo, aquí tomando mi café, embriagándome con su aroma.

Por  Jesús Rodríguez

viernes, 9 de septiembre de 2011

Cuentos que cuento (3)

Febrero 18 de 2011

III.

El aire húmedo circunda cada una de los espacios de la cocina, las moscas vuelan con exquisito deleite sobre los desperdicios de basura; en un rincón, debajo del lavaplatos, los hongos hacen su aparición sobre las migajas de pan, un pedazo de pan que es el recuerdo de la última conversación que tuve con ella. Sentados en la mesa del comedor donde siempre hablábamos de diversos temas, tal vez la última conversación ocurrió algo más de un año. Ella con buen ánimo aún –no sabíamos lo que días más tarde ocurriría- recordaba el paseo que habíamos realizado al pueblo y los días soleados que nos acompañó por aquella época; ella, en la conversación viajaba por las calles empedradas y sus casas teñidas de blanco antigüedad, donde, cogidos de la mano compartíamos de la naturaleza y del aire fresco que nos brindaba el Páramo en el mes de junio.

En aquella estadía, apreciamos el valor que cada uno representaba para la familia, en especial, para cada uno de nosotros. Ella representaba el entusiasmo, la constancia, los buenos valores, el faro de la familia; mientras veíamos que yo representaba la responsabilidad, la terquedad y en ocasiones la obsesión por los proyectos grandes o simplemente por las pequeñas cosas.
El zumbido de las moscas, en el rincón de la cocina me recuerda que ella, ya no está con nosotros, sólo queda el fantasma de la memoria que resiste a creer, que ella ya no está para conversar, sentados en la mesa del comedor.

Por: Jesús Rodríguez

Mañana, Monserrate, Bogotá, D.C. Col. Foto: Jesús

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Otro cuento que cuento (2)

Febrero 17 de 2011  
II.
Lavando la loza que quedó como testimonio de la comida, veo correr el agua jabonosa por el sifón del lavaplatos, trayendo recuerdos a la memoria olvidada por el paso de los días que jamás se detienen. El arroyuelo recorre la calle frente a la casa materna, llevando consigo todo aquello que encuentra en su camino, entre ellas la basura que, generalmente los vecinos sacan a la vía que desciende desde los barrios de la parte alta de la montaña oriental de la capital, en la temporada de lluvia; en el mes de las lluvias mil – abril – mes frio por naturaleza y el cual me llena de melancolía pueril, de aquella inmadura relación con la vida. El agua se detiene e inunda el cubículo del lavaplatos por aquellos residuos de basura que dejo la agradable cena; la escena, refleja los viejos sentimientos guardados en las habitaciones de la mente, inundada de pesadillas, tristezas, lágrimas y noches oscuras llenas de azul profundo casi negro, donde el alcohol era la solución y la mejor alternativa para ahogar las penas y los dolorosos recuerdo de la infancia, donde el hambre, la pobreza y el olvido, protagonistas y amigos; era lo mejor que le había podido pasar a la familia.

Por Jesús Rodríguez
El lavaplatos. Foto: Jesús


sábado, 3 de septiembre de 2011

Cuentos que cuento (1)

Publicó un segundo cuento corto el cual hace parte de una pequeña serie de 22, escritos a comienzo de éste año. Como podrán darse cuenta falta trabajo en el perfeccionamiento de la escritura, pero aún así, quiero compartirlo con ustedes.


Febrero 16 de 2011
Bogotá, D.C. Colombia
Monserrate, Bogotá, Col. Foto: Jesús

I.

Con el plato de comida en mis manos y la mente entre los pensamientos, recuerdo la última visita a mis padres en las frías cordilleras de la región oriental, de montañas verdes dibujadas con cuadritos de ajedrez. Subiendo por el camino que lleva a la casa de Casilda la vieja gruñona y encorvada por la falta de años, que generalmente se escondía detrás de las ramas secas a orinar y de paso mirar a todo aquel que se acercase a la antigua casa de piedra, paja, barro y madera de mis padres y construida en los años 20 del siglo pasado, por el viejo Benjamín Pérez quién era el esposo fallecido de la vieja gruñona. Mientras asciendo por el camino pedregoso que durante años recorrimos del pueblo a la casa y de la casa al pueblo en poco más de cincuenta minutos, ubicada en el campo en medio de las veredas cálidas de la región, observo aparecer el suelo desolado y ausente, sediento de agua y golpeado por los fuerte vientos, veo entre el aire caliente aparecer como fantasmas moribundos los arbustos, árboles, matorrales y ramas legendarias de mi niñez olvidada y escondida en la memoria por el fuerte sabor del aguardiente, que arde como el desierto en las entrañas; imágenes, recuerdos ahogados en las penurias de la pobreza que mi honrado padre le proporcionó a la familia donde di mis primeros pasos.

Corre por mi memoria atrapadas por las brumas del olvido, las largas borracheras de papá, quién inteligentemente después de cada jornada de trabajo en el campo sembrando la tierra con maíz, cebada o trigo y cuidando los animales que después de un tiempo nos comíamos en largos festines; él nos invitaba junto con mis hermanos a tomarnos unos tragos para relajar el cuerpo y las penas, tirados en el piso desnudo cerca de la cocina, allí mismo veíamos asomar el sol al siguiente día, “enlagunados” por el licor. Veo a los lejos el árbol de eucalipto, donde algún día ya olvidado, bese a la mujer que me enamoró por primera vez y con la que mi cuerpo tuvo la primera explosión volcánica y a quién jamás vi o conocí personalmente, sino es, por la vieja foto de almanaque; la fragancia ácida de eucalipto y la fresca brisa que baja de la montaña, junto al trinar de las aves dueñas de los aires y de las copas del bosque; bosque que algún día mi abuelo se dedicó a sembrar y a cuidar con esmero de tierra, agua y sudor; sus lágrimas regaron aquellos comienzos de naturaleza, ellas viven hoy en día en la seca quebrada que circunda la casa de piedra.
Veo en las cercanías, separados por el aire del pasado y la humedad del olvido y alambre de púas, a Marina la vecina, hija de don Carlos y compadre de papá y mamá; ella se convirtió en el deseo terrenal, en mi sueño celestial, pero nunca se pudo, ella se casó con el vecino de la otra vereda y yo termine casado con la que era y no era. Su hermana se convirtió en mi consuelo y la que carga mi bastón y me da la mano para poder ir al menos al baño, a descansar del largo trayecto de dos metros de mi cama al sitio de desahogo y limpieza interior. Sí, allá los veo, juntitos los dos, sentados en la mesa de madera que algún día en el pasado construyera el primer carpintero graduado en el pueblo. Sonríen, no es para menos, después de años pasados y sin regreso, estoy de nuevo aquí para dar un poco de lo que no he tenido. Afecto y abrazos.

Por Jesús Rodríguez

San Juanito, Meta. Colombia. Foto: María Esneyder