Dedicado a: María Esneyder, Daniel Alfredo y a mí Madre

martes, 23 de octubre de 2012

Libro Escribir para Aprender: Cuentos que Cuento


A mis lectores y Seguidores:

"Siempre me ha gustado escribir, pero publicar un libro hace pocos años atrás era bastante costoso y no todos los habilidosos escritores podían publicar sus obras; rompiendo el esquema aprendido por años, me atreví hace algún tiempo a publicar mis escritos a través de la red. En Blogger creé el Blog “Escribir para Aprender”  y el día 31 de agosto de 2011 publiqué mi primera entrada."

Escribir para reencontrar el gusto por la vida, escribir para aprender a valorar la vida. Con la creación de éste Blog  comenzó una aventura con la experiencia de escribir, espacio virtual donde he publicado mis cuentos, algunos escritos antes de la experiencia virtual y luego todos los escritos para la virtualidad. Éste libro por consiguiente nace como primera opción en el mundo de la virtualidad para la sociedad de la información y la comunicación y seguramente no perderá su carácter virtual aunque se impriman algunos o muchos ejemplares en papel.
 
¡Ahora todo lo publicado en éste Blog hasta la fecha, lo puedes tener en el formato de libro impreso!
 

  En la publicación de papel encontrarás una pequeña variación y es que en ésta edición impresa se incluye dos cuentos no publicados en la red, titulados “Caballitos de Ráquira” escrito en el año de 1989 y “Recuerdos” (2007) cuento donde se narra la dura situación de un alcohólico, éstos cuentos junto con “Parches Azules” (1997) conforman el primer capítulo de cuentos antes de la virtualidad. Para la presente edición se ha revisado los textos publicados en la red.
 
 
 
 
!Adquierelo¡ a través de Autores y Editores:
 
 
Quedo atento a sus comentarios.
 

Serie Cuentos Sueltos: 24 Horas

24 horas
 
   Luego de pensar un momento eterno, miró a su alrededor pero la oscuridad del amanecer no le permitía reconocer aquella fría y olvidada habitación. Su ropa aún con rastros de barro e impregnada de sudor lo alertó un momento de su larga travesía por el camino de piedra y lodo que conducía del pueblo fantasma perdido en las montañas a la vereda donde siempre había anhelado visitar por las leyendas que continuamente se habían contado de aquel inhóspito lugar olvidado por la cartografía moderna; su fama era tal que los sucesos de la última semana lo llevaron a postularse ante la solicitud del comandante encargado de la seguridad de aque-lla misteriosa región abandonada por las autoridades de la capital. Recordó las dificultades antes de arribar al pueblo como el tiroteo en la carretera a media hora de la llegada, un grupo de hombres encapuchados que venían en el mismo autobús en un intento de robo a los pasajeros, con amenazas y palabras soeces que penetraban los huesos de los viajeros, amenazaron con herir al que se opusiera a la entrega de las pertenencias, un hombre de anteojos oscuros sentado en el último puesto que da a la ventana observo sereno la actitud de los delincuentes que lideraba un hombre de baja estatura y robusto que cubría su rostro con una pañoleta roja y que em-puñaba un cuchillo grande con doble filo, éste apuntó con el arma en el cuello de una mujer anciana vestida con traje típi-co de la región y que lloraba a torrentes casi al borde del desmayo -no me lastime, llévese lo que quiera- dijo con un gemido agónico. Recuerda con desolación como el hombre de anteojos oscuros disparó con certeza en la nuca del líder el cual se desplomó en el acto; los individuos que se encon-traban requisando a los demás pasajeros en un acto intuitivo se bajaron del vehículo y comenzaron a disparar contra las latas del transporte, mientras gemidos de terror se escucha-ban desde el interior, el hombre de antejos ordenó con voz de mando -todos al suelo- y respondió los disparos que venían de afuera, con tal fortuna que con un solo disparo derribó a dos de los atracadores, los dos restantes al ver caídos a sus pandilleros huyeron entre la oscura maleza que se los tragó con el mismo miedo de los pasajeros ultrajados, con el chofer del automotor muerto no tuvo más opción que conducir hasta el pueblo, al llegar todos los pasajeros bajaron despavoridos salpicados por el miedo, el hombre de anteojos siguió por un callejón aledaño donde la oscuridad se lo devoró.
  
   Mira su entorno y siente un fuerte dolor en las rodillas, dolor grabado en su mente debido a las caídas que sufrió cuando caminaba por la tortuosa vereda que lo condujo al caserío donde empezaría su investigación una vez el sol sa-ludará el nuevo día, al levantarse se asoma a la puerta cubier-ta de oscuridad que mira hacia el oeste, las nubes grises del amanecer abrigan la geografía de la región, él avanza hasta el patio de tierra y piedra y sus ojos se desplazan por el entorno tratando de descubrir las formas ocultas, misteriosas; vuelve sus ojos hacia un costado y nota una construcción en piedra, empuja la puerta de madera que se arrastra contra el piso de tierra y siente un olor a leña quemada que viene de uno de los rincones del lugar, alcanza a ver la brasa de un leño que se quema lentamente y sobre él una olla que se posa sobre piedras dispuestas para sostenerla, una sonrisa muda lo estremece, y se unen a ella voces que se desplazan por los diferentes costados de aquella posible cocina, se recuesta contra la pared de piedras y manos ausentes empiezan a tocar todo su cuerpo, quiere alcanzar la puerta por donde ingreso pero ésta ya no está, el fogón sigue encendido y la brasa arde con más intensidad, las risas que provienen de ningún lugar ahora se escuchan con mayor intensidad y cantidad; mientras el aire de un susurro invisible toca su oreja mientras pronun-cia los nombres de todos sus seres queridos en un vaivén melódico; sus ojos se concentran en el fogón rojo amarillo y su mente comienza un viaje por los momentos más trascen-dentales de su vida ve pasar por los ojos de la mente como una especie de resumen de su existencia, luego de mucha luz aparece de nuevo la oscuridad que se lo absorbe para mos-trarle los errores cometidos en la vida; sus ojos inundados en lagrimas observan como pide perdón por las acciones que le hicieron daño a otras personas y su mente se colma de per-sonas que sentadas a su alrededor le escuchan como estatuas legendarias petrificadas por algún extraño miedo, angustiado por sus miradas acusadoras empieza a correr pero no corre permanece en el mismo sitio estático, mudo inmovilizado por algún pecado antiguo. Abre sus ojos y la luz brillante del trópico resiente sus pupilas, siente algo de frío mañanero, un concierto lejano de aves lo serenan por un instante, desnudo se sienta sobre el pasto rociado de alborada y vuelve a pensar sobre lo sucedido en las últimas 24 horas. Respira y se calma.
 
 
Bogotá desde Monserrete, 2012. Imagen editada. Foto: Jesús Rodríguez

 

viernes, 5 de octubre de 2012

Serie Cuentos Sueltos

Bogotá, D.C. Septiembre 11 de 2012

 
Escapando
Las olas van y vienen cogidas de la mano, el viento coqueto las empuja a la arena cálida y tropical de la orilla de la playa. Dos hombres de piel rojiza se acercan a la mujer que se abriga con la sombra de una palmera octogenaria; los miedos del pasado invaden los pensamientos de la mujer. Los recuerdos de su vida en Quito le hacen prever lo peor; Octavio en sus instantes finales de su vida terrenal le había advertido de los hombres del 'caimán' el temido jefe de la banda de malhechores que se habían apoderado de las calles de la ciudad, él había recibido un disparo que tocó su corazón mientras miraba las vitrinas en la Avenida Amazonas, cerca al trabajo de su esposa. Recuerda cuando la tomó de la mano y la acerco para decirle al oído -ten cuidado, la próxima eres tú, vienen por ti- y poco a poco su voz se apagó con un 'te amo' incoloro. Luego ella se alejó del hospital donde el cuerpo inerte de Octavio quedó abandonado; unos días después ella escapó del país por tierra. Tres días de viaje duro su huida hacía el país cafetero, escapando del abandono y la soledad. Su vida con Octavio había sido normal sin mayores contratiempos, vivían en una casa muy cómoda en las cercanías del aeropuerto, hasta que conocieron al 'caimán' quién controlaba todos los negocios sucios de la ciudad, su esposo llegó a depender tanto del consumo de drogas que sus deudas aumentaron hasta tal punto que lo perdieron prácticamente todo convirtiéndose en un fugitivo de la banda del 'caimán'.
 
Su pensamiento fugitivo la llevó a recordar una conversación con Octavio mientras recorrían en auto la avenida 10 de Agosto, donde su esposo con la sonrisa nerviosa que siempre había tenido desde que se conocieron en el Parque El Ejido un domingo de noviembre, años atrás en el tiempo; él le pedía que se fuera del país porque sus vidas corrían peligro de seguir viviendo en Quito; en aquella ocasión ella se negó a dejar la ciudad y en especial a su esposo, pasaron los minutos atrapados en un silencio mudo, mientras él se concentraba en la vía y su automóvil. Se resignaron a esperar lo peor, ya la noche empezaba abrigar la ciudad y la luz artificial amarillenta se apoderaba del trono que abandonaba el sol. Ya en casa después de la cena distante se abrazaron    resignados a la espera de la mañana ausente. Ella resignada por la adicción de su esposo a las drogas y el alcohol se despidió en la aurora de él con un beso en la frente y salió a trabajar.
 
El hombre más alto y moreno le hablo con acento conocido por ella y el miedo se apoderó de su ser mientras una ola coqueteó con su pie enterrado en la arena -Señora acompáñenos - dijo el hombre con voz tenebrosa, mientras el otro hombre mostró por debajo de su camisa un arma vieja y misteriosa, su respiración se ahogó en si misma en tanto su corazón parecía estallar de angustia; por una calle de Santa Marta abrigada por el sudor del mediodía y sujetada fuertemente por los dos hombres entre la multitud caminaron hasta un viejo hotel del centro; ya adentro le indagaron por sus actividades y por el dinero que Octavio debía al 'caimán'. -Un no sé nada- se escapó de su garganta sellada por el miedo, mientras sus manos se aferraron a las de Octavio y juntos corrieron como la primera vez en el parque; solo escuchó, que no había más ruido y durmió tranquilamente en los brazos de su amado.



Por: Jesús Rodríguez
 
Santa Marta. Foto: Jesús