Reescribir un cuento
Cuentos de Hadas de Andersen, Colección Robin Hood, Editorial ACME, Buenos Aires. 1982. Pág. 15
CUENTO: LA PRINCESA Y LA ALVERJA. Autor Hans Christian Andersen
La princesa y el maniquí
Erase un joven apuesto que deseaba casarse con una señorita, pero que fuera de veras una señorita. Recorrió, ciudades, poblaciones y desconocidos rincones de nuestro país. Señoritas no habían muchas, y algunas se hacían pasar por señoritas, pero era evidente que tenían mucha experiencia. El joven se cansó de buscar y regresó a su natal Bogotá, triste por no haber encontrado a una señorita.
Caminando un día, por Plaza de las Américas, con papá y mamá, observaban los escaparates de los diferentes locales del centro comercial, todos decorados, con hermosos maniquíes, tanto del género femenino, como masculino. Aquellos portaban hermosos vestuarios.
Una tarde lluviosa, como aquellas tardes de Bogotá, donde se oscurece a las tres, golpeó a la puerta de una lujosa mansión, una señorita, totalmente empapada por el agua. El padre del joven abrió la puerta y la mujer le pidió posada, le aseguro que ella era una señorita. El agua se le escapaba por todas partes. La mamá pensó «no parece una señorita, pero le voy a poner una prueba». La madre organizó la cama en el cuarto de visitas. «Si en verdad es una señorita, pasará, esta prueba» —Pensó la madre.
La habitación tenía forma de vitrina de almacén, una de las paredes era un gran vidrio transparente, desde adentro de la habitación, no se notaba aquel detalle. Pero, la parte externa daba a un gran patio, y la visibilidad hacia adentro del cuarto era nítida y inclusive con la luz apagada. Al amanecer, la madre bajó al patio y al ver a través del ventanal, observó a la mujer en pose de maniquí. Ella estaba, impecable en su vestimenta.
En la hora del desayuno, la madre le preguntó:
—¿Has dormido bien?
—¡Oh! Terrible noche he pasado, —respondió la señorita—. Me sentí como en una vitrina de exhibición, de cualquier almacén. Lo más difícil, dejar de sentir en la madrugada, que era un maniquí.
Entonces, la madre creyó, que sí era una señorita.
Y el joven la tomó por esposa, seguro de que se trataba de una señorita. Los maniquíes, fueron llevados al centro comercial, y permanecen allí, en exhibición, en la vitrina de papá y mamá.
JESÚS RODRÍGUEZ
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