Marzo 29 de 2011
XXII.
Por la amplia avenida, los dueños de la velocidad circulan en sus automóviles y entre tantos un pequeño taxi amarillo. Una animada charla calienta el ambiente al interior del auto; mientras el frío gris de la capital se apodera de los huesos de sus habitantes. La conversación se torna algo íntima, pues, el conductor le confiesa a su pasajero que ha perdido a dos esposas por su trabajo. Se interrumpe la conversación. Suena en el aire una melodía que proviene de un teléfono celular. El taxista con apariencia de abuelo bonachón, le pide a su pasajero ubicado en la silla de atrás, que por favor le conteste el celular, porque no quiere infringir la ley, le insinúa a su pasajero; éste lo toma con toda confianza y al momento de oprimir la tecla de aceptación de la llamada una fuerte descarga eléctrica lo paraliza, hasta hacerlo perder el conocimiento. Aturdido, se despierta en un lote baldío. Ausente de sí mismo, trata de levantarse del piso húmedo, pero, su propio peso lo derriba. Pasados los minutos, siente que las cosas no van bien. Su mente nublada trata de recordar algo. - ¡Ha!... ¡ya!... - Exclama. Viene a su memoria un torrente de recuerdos. El beso de despedida que le dio a su novia en el centro de la ciudad después de cenar juntos; -¿Pero qué paso luego? Se pregunta asimismo; no obtiene respuestas. Palpa sus ropas, le faltan los zapatos. Insiste y no encuentra su billetera, sus bolsillos están limpios. – ¡Me robaron!
Por: Jesús Rodríguez
Ilustración - Bolígrafo: Jesús |
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