Dedicado a: María Esneyder, Daniel Alfredo y a mí Madre

martes, 23 de octubre de 2012

Serie Cuentos Sueltos: 24 Horas

24 horas
 
   Luego de pensar un momento eterno, miró a su alrededor pero la oscuridad del amanecer no le permitía reconocer aquella fría y olvidada habitación. Su ropa aún con rastros de barro e impregnada de sudor lo alertó un momento de su larga travesía por el camino de piedra y lodo que conducía del pueblo fantasma perdido en las montañas a la vereda donde siempre había anhelado visitar por las leyendas que continuamente se habían contado de aquel inhóspito lugar olvidado por la cartografía moderna; su fama era tal que los sucesos de la última semana lo llevaron a postularse ante la solicitud del comandante encargado de la seguridad de aque-lla misteriosa región abandonada por las autoridades de la capital. Recordó las dificultades antes de arribar al pueblo como el tiroteo en la carretera a media hora de la llegada, un grupo de hombres encapuchados que venían en el mismo autobús en un intento de robo a los pasajeros, con amenazas y palabras soeces que penetraban los huesos de los viajeros, amenazaron con herir al que se opusiera a la entrega de las pertenencias, un hombre de anteojos oscuros sentado en el último puesto que da a la ventana observo sereno la actitud de los delincuentes que lideraba un hombre de baja estatura y robusto que cubría su rostro con una pañoleta roja y que em-puñaba un cuchillo grande con doble filo, éste apuntó con el arma en el cuello de una mujer anciana vestida con traje típi-co de la región y que lloraba a torrentes casi al borde del desmayo -no me lastime, llévese lo que quiera- dijo con un gemido agónico. Recuerda con desolación como el hombre de anteojos oscuros disparó con certeza en la nuca del líder el cual se desplomó en el acto; los individuos que se encon-traban requisando a los demás pasajeros en un acto intuitivo se bajaron del vehículo y comenzaron a disparar contra las latas del transporte, mientras gemidos de terror se escucha-ban desde el interior, el hombre de antejos ordenó con voz de mando -todos al suelo- y respondió los disparos que venían de afuera, con tal fortuna que con un solo disparo derribó a dos de los atracadores, los dos restantes al ver caídos a sus pandilleros huyeron entre la oscura maleza que se los tragó con el mismo miedo de los pasajeros ultrajados, con el chofer del automotor muerto no tuvo más opción que conducir hasta el pueblo, al llegar todos los pasajeros bajaron despavoridos salpicados por el miedo, el hombre de anteojos siguió por un callejón aledaño donde la oscuridad se lo devoró.
  
   Mira su entorno y siente un fuerte dolor en las rodillas, dolor grabado en su mente debido a las caídas que sufrió cuando caminaba por la tortuosa vereda que lo condujo al caserío donde empezaría su investigación una vez el sol sa-ludará el nuevo día, al levantarse se asoma a la puerta cubier-ta de oscuridad que mira hacia el oeste, las nubes grises del amanecer abrigan la geografía de la región, él avanza hasta el patio de tierra y piedra y sus ojos se desplazan por el entorno tratando de descubrir las formas ocultas, misteriosas; vuelve sus ojos hacia un costado y nota una construcción en piedra, empuja la puerta de madera que se arrastra contra el piso de tierra y siente un olor a leña quemada que viene de uno de los rincones del lugar, alcanza a ver la brasa de un leño que se quema lentamente y sobre él una olla que se posa sobre piedras dispuestas para sostenerla, una sonrisa muda lo estremece, y se unen a ella voces que se desplazan por los diferentes costados de aquella posible cocina, se recuesta contra la pared de piedras y manos ausentes empiezan a tocar todo su cuerpo, quiere alcanzar la puerta por donde ingreso pero ésta ya no está, el fogón sigue encendido y la brasa arde con más intensidad, las risas que provienen de ningún lugar ahora se escuchan con mayor intensidad y cantidad; mientras el aire de un susurro invisible toca su oreja mientras pronun-cia los nombres de todos sus seres queridos en un vaivén melódico; sus ojos se concentran en el fogón rojo amarillo y su mente comienza un viaje por los momentos más trascen-dentales de su vida ve pasar por los ojos de la mente como una especie de resumen de su existencia, luego de mucha luz aparece de nuevo la oscuridad que se lo absorbe para mos-trarle los errores cometidos en la vida; sus ojos inundados en lagrimas observan como pide perdón por las acciones que le hicieron daño a otras personas y su mente se colma de per-sonas que sentadas a su alrededor le escuchan como estatuas legendarias petrificadas por algún extraño miedo, angustiado por sus miradas acusadoras empieza a correr pero no corre permanece en el mismo sitio estático, mudo inmovilizado por algún pecado antiguo. Abre sus ojos y la luz brillante del trópico resiente sus pupilas, siente algo de frío mañanero, un concierto lejano de aves lo serenan por un instante, desnudo se sienta sobre el pasto rociado de alborada y vuelve a pensar sobre lo sucedido en las últimas 24 horas. Respira y se calma.
 
 
Bogotá desde Monserrete, 2012. Imagen editada. Foto: Jesús Rodríguez

 

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