Dedicado a: María Esneyder, Daniel Alfredo y a mí Madre

viernes, 5 de octubre de 2012

Serie Cuentos Sueltos

Bogotá, D.C. Septiembre 11 de 2012

 
Escapando
Las olas van y vienen cogidas de la mano, el viento coqueto las empuja a la arena cálida y tropical de la orilla de la playa. Dos hombres de piel rojiza se acercan a la mujer que se abriga con la sombra de una palmera octogenaria; los miedos del pasado invaden los pensamientos de la mujer. Los recuerdos de su vida en Quito le hacen prever lo peor; Octavio en sus instantes finales de su vida terrenal le había advertido de los hombres del 'caimán' el temido jefe de la banda de malhechores que se habían apoderado de las calles de la ciudad, él había recibido un disparo que tocó su corazón mientras miraba las vitrinas en la Avenida Amazonas, cerca al trabajo de su esposa. Recuerda cuando la tomó de la mano y la acerco para decirle al oído -ten cuidado, la próxima eres tú, vienen por ti- y poco a poco su voz se apagó con un 'te amo' incoloro. Luego ella se alejó del hospital donde el cuerpo inerte de Octavio quedó abandonado; unos días después ella escapó del país por tierra. Tres días de viaje duro su huida hacía el país cafetero, escapando del abandono y la soledad. Su vida con Octavio había sido normal sin mayores contratiempos, vivían en una casa muy cómoda en las cercanías del aeropuerto, hasta que conocieron al 'caimán' quién controlaba todos los negocios sucios de la ciudad, su esposo llegó a depender tanto del consumo de drogas que sus deudas aumentaron hasta tal punto que lo perdieron prácticamente todo convirtiéndose en un fugitivo de la banda del 'caimán'.
 
Su pensamiento fugitivo la llevó a recordar una conversación con Octavio mientras recorrían en auto la avenida 10 de Agosto, donde su esposo con la sonrisa nerviosa que siempre había tenido desde que se conocieron en el Parque El Ejido un domingo de noviembre, años atrás en el tiempo; él le pedía que se fuera del país porque sus vidas corrían peligro de seguir viviendo en Quito; en aquella ocasión ella se negó a dejar la ciudad y en especial a su esposo, pasaron los minutos atrapados en un silencio mudo, mientras él se concentraba en la vía y su automóvil. Se resignaron a esperar lo peor, ya la noche empezaba abrigar la ciudad y la luz artificial amarillenta se apoderaba del trono que abandonaba el sol. Ya en casa después de la cena distante se abrazaron    resignados a la espera de la mañana ausente. Ella resignada por la adicción de su esposo a las drogas y el alcohol se despidió en la aurora de él con un beso en la frente y salió a trabajar.
 
El hombre más alto y moreno le hablo con acento conocido por ella y el miedo se apoderó de su ser mientras una ola coqueteó con su pie enterrado en la arena -Señora acompáñenos - dijo el hombre con voz tenebrosa, mientras el otro hombre mostró por debajo de su camisa un arma vieja y misteriosa, su respiración se ahogó en si misma en tanto su corazón parecía estallar de angustia; por una calle de Santa Marta abrigada por el sudor del mediodía y sujetada fuertemente por los dos hombres entre la multitud caminaron hasta un viejo hotel del centro; ya adentro le indagaron por sus actividades y por el dinero que Octavio debía al 'caimán'. -Un no sé nada- se escapó de su garganta sellada por el miedo, mientras sus manos se aferraron a las de Octavio y juntos corrieron como la primera vez en el parque; solo escuchó, que no había más ruido y durmió tranquilamente en los brazos de su amado.



Por: Jesús Rodríguez
 
Santa Marta. Foto: Jesús
 

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