Un pequeño adelanto del cuento:
«No soy nada…, no soy nada…» se repite una y otra vez
mientras la oscuridad es absorbida por su piel, los latidos de su corazón como
sonidos de una antigua maquinaria de relojería traquetean en sus oídos, un frío
polar estremece sus huesos, como tragándoselos, ya no hay caballo, no hay
sueño; una voz apartada que estalla en su cerebro martillando sus recuerdos, «no
escucho» se repite como saliendo de sí mismo y mirándose a sus propios ojos, «¿Qué
dice esa voz?» pregunta, gritando desesperadamente, sin escucharse, se esfuerza
por pronunciar palabras, pero éstas se ahogan antes de ser pronunciadas y como
un hilillo de humo desaparecen en el aire, de ese hilillo ascendente de
humareda y por una misteriosa magia, una larva acuática florece y se convierte
en libélula que revolotea por el aire con sus alas transparentes, Martín se observa
a sí mismo desde diferentes ángulos, a través de los ojos compuestos de la
libélula, se ve repetido varias veces tirado en el piso y desnudo, con una
extraña luz polarizada que lo envuelve, la libélula juguetona con el aire se
acerca y se aleja al cuerpo desolado, abandonado. Con admiración y asombro se
ve reflejado en los ojos del odonato; un dolor intenso en los huesos lo hace
volver a su realidad, pero, sus ojos abiertos no ven, sólo siente la ausencia
de luz, luz esquiva, luz fugitiva.
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Pintura al óleo. Autores Daniel y Jesús |
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