Dedicado a: María Esneyder, Daniel Alfredo y a mí Madre

jueves, 21 de agosto de 2014

Transformación de la libélula

Un pequeño adelanto del cuento:

«No soy nada…, no soy nada…» se repite una y otra vez mientras la oscuridad es absorbida por su piel, los latidos de su corazón como sonidos de una antigua maquinaria de relojería traquetean en sus oídos, un frío polar estremece sus huesos, como tragándoselos, ya no hay caballo, no hay sueño; una voz apartada que estalla en su cerebro martillando sus recuerdos, «no escucho» se repite como saliendo de sí mismo y mirándose a sus propios ojos, «¿Qué dice esa voz?» pregunta, gritando desesperadamente, sin escucharse, se esfuerza por pronunciar palabras, pero éstas se ahogan antes de ser pronunciadas y como un hilillo de humo desaparecen en el aire, de ese hilillo ascendente de humareda y por una misteriosa magia, una larva acuática florece y se convierte en libélula que revolotea por el aire con sus alas transparentes, Martín se observa a sí mismo desde diferentes ángulos, a través de los ojos compuestos de la libélula, se ve repetido varias veces tirado en el piso y desnudo, con una extraña luz polarizada que lo envuelve, la libélula juguetona con el aire se acerca y se aleja al cuerpo desolado, abandonado. Con admiración y asombro se ve reflejado en los ojos del odonato; un dolor intenso en los huesos lo hace volver a su realidad, pero, sus ojos abiertos no ven, sólo siente la ausencia de luz, luz esquiva, luz fugitiva.
Pintura al óleo. Autores Daniel y Jesús

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