Dedicado a: María Esneyder, Daniel Alfredo y a mí Madre

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Otro cuento que cuento (5)



Febrero 22 de 2011

V.
La música suena a lo lejos con sus melancólicos acordes, una voz sin esperanza invita a morir sin intentar vivir; las notas invaden el espacio vacío de emociones de la habitación. La penumbra del cuarto en su muda ausencia envuelve el cuerpo del hombre sobre un rincón de la alfombra, restos de vomito lo acompañan de cerca como testigo de la borrachera. En el otro extremo cerca de la ventana, donde cuelga una vieja cortina roída por los años, en posición fetal y semidesnuda yace el cuerpo de la mujer que no despierta de su profundo sueño sin regreso; a su lado una botella de licor sin corcho y hacia la puerta que da al pasillo de la habitación, un hombre de pie; él mira la escena, dando tumbos con pasos cortos para no hacer ruido. El piso rechina. Se detiene y se sienta en el viejo sofá; sobre una pequeña mesa de madera -que deja asomar que es propiedad de los gorgojos-, un cenicero de vidrio sostiene una colilla de cigarrillo que arde dejando escapar un hilillo de humo mortífero. Sus ojos rojo sangre por la resaca, se nublan con los recuerdos del día anterior, sus manos y columna vertebral tiemblan; su mente no para de traer imágenes, luces, olores, sudores y se detiene en el momento en que conoció a la pareja. Se encontraba en la discoteca “Royal” la más prestigiosa de la ciudad y ubicada en el sector de la rumba, como se conoce aquel tramo por la proliferación de bares y discotecas. La empatía fue inmediata, recuerda, los ojos azules de la mujer y su cabello dorado como espigas de trigo al sol, lo atraparon; junto con la pareja bebió hasta agotar la tolerancia del cuerpo al alcohol, sin antes dejar desbordar el movimiento de los cuerpos sobre la pista de baile. Cogidos de la mano se alejaron con la chica por un estrecho pasillo oscuro, húmedo, sin retorno. El corazón del hombre palpita, sentado en el sofá; mientras los recuerdos vuelven agitados de sudor, saliva, de lenguas que se buscaron sin encontrarse, caderas y pieles que se rozaron con frenesí. Las imágenes se alejan, se confunden en olvido, dejando una sensación de nada, sus ojos se cierran para entrar en un profundo sueño, mientras escucha en el aire la música que viene sin esperanza, melancólica, triste, “me duele tanto el llanto… me duele el corazón... sobre mi cadáver… si tu mueres primero, yo te prometo que escribiré la historia de nuestro amor…

Por Jesús Rodríguez

Ventana, La Candelaria Bogotá; Foto: Jesús

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